Se cree que la Unión Soviética asesinó más de 180 mil ballenas de distintas especies. Las jorobadas, las azules y las francas fueron algunas de las más afectadas por la caza comercial.
La Unión Soviética formó parte de la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas que tuvo lugar en 1946. Sin embargo, durante décadas compartió registros falsos que ocultaban una realidad de cacería indiscriminada. Los crímenes ni siquiera perseguían fines comerciales: muchas veces los cetáceos se pudrían flotando en el mar.
El mayor crimen ambiental del siglo XX
La fundación de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) fue una de las consecuencias que tuvo la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas.
Este organismo marcó entonces un límite máximo anual para cada una de las industrias balleneras del mundo. La Unión Soviética, que participó de dicha Convención, lo aceptó y durante décadas compartió estadísticas que se ajustaban al acuerdo.
Pero de manera clandestina llevó adelante lo que se considera el mayor crimen ambiental del siglo XX.
¿Cuántas ballenas cazó la URSS durante el siglo XX?
Cuando en 1986 entró en vigencia la prohibición de la caza de ballenas con fines comerciales, la URSS declaró que tan solo en el hemisferio sur había matado un total de 2710 ejemplares jorobados.
Las cifras verdaderas indican que el total sería casi 18 veces mayor. Todo esto sin contar las miles de ballenas de otras especies que fueron cazadas en otras aguas del planeta.
Yulia Ivashchenko y Phillip Clapham, biólogos marinos que investigaron la cuestión durante años, sostienen por su parte que los balleneros soviéticos cazaron 180 mil ballenas más de las que se informaron oficialmente, y tan solo entre 1948 y 1973.
La expansión de la caza indiscriminada
La historia la revela Charles Homans en un artículo que publicó Pacific Standard. La relación entre la Unión Soviética y la caza de ballenas ya existía en las primeras décadas del siglo pasado. Sin embargo, se acentuó y comenzó a expandirse de manera desenfrenada luego del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Hacia 1946, la URSS disponía de una flota ballenera que cazaba en las aguas de la Antártida. Con el paso de los años, las flotas llegaron a ser 4 y se movían por distintos horizontes.
El investigador revela que en 1957 el énfasis estaba puesto en las ballenas jorobadas que navegaban por las aguas de Australia y Nueva Zelanda. Los soviéticos no eran los únicos: Japón, Noruega, Gran Bretaña, Países Bajos y los propios países oceánicos también cazaban cetáceos.
Como muestra de lo cruel e ilimitada que era la cacería, basta con observar que, apenas entre 1959 y 1960, los soviéticos asesinaron a unas 13 mil ballenas jorobadas.
La tecnología de las embarcaciones era de avanzada. Las tácticas y estrategias también. Pero la cantidad de ballenas cazadas superaba la capacidad de las naves de procesarlas.
Primero las aguas comenzaron a poblarse de cadáveres que flotaban y de carne que se pudría. Los cazadores a veces quitaban solo la grasa y arrojaban los restos al mar.
Luego se dio la lógica: las ballenas dejaron de verse en las aguas. No porque se ocultaran o migraran hacia nuevos territorios, sino porque sus poblaciones se vieron diezmadas casi al punto de la extinción.
La cacería más irracional de la historia
Los ejemplares de cetáceos cazados permitían comercializar productos tales como aceite, carne, hígado y harina de huesos, entre otros. Sin embargo, la demanda de la población soviética era considerablemente menor de lo que se intentaba producir.
Se estima que se aprovechaba apenas un 30% de las ballenas. El resto era descartado y desechado en pleno mar.
Homans explica que todo esto se debió a políticas ilógicas de la burocracia soviética. La caza de ballenas era considerada como parte de la industria pesquera general y debía cumplir con determinados límites de producción anuales.
En pocas palabras, no importaba si los productos se consumían o no. La producción anual era una política de estado.
Al mismo tiempo, era bien visto trabajar en la industria ballenera. Si se cumplían los objetivos prefijados, las recompensas eran importantes. En caso contrario, las consecuencias eran duras.
La importancia de investigar
Todo esto llevó a una cacería brutal a escondidas de la comunidad global. Al principio, no había sospechas de que la Unión Soviética estuviera falseando sus estadísticas. En el caso de que las hubiese, no había posibilidad de acceder a los registros oficiales debido a la burocracia estatal.
A partir de los años 70, distintos científicos y organizaciones ambientales comenzaron a denunciar la disminución de las poblaciones de los cetáceos. La caída y la disolución de la Unión Soviética posibilitó a su vez que se investigara la cuestión.
Algunos registros permanecieron como clasificados hasta 1993. Hasta el día de hoy se desconoce la ubicación de algunos. También se cree que muchos fueron destruidos o simplemente se perdieron.
Las cifras que se conocen en la actualidad se lograron gracias al trabajo de los investigadores que siguieron las pistas de estos registros. También ayudó la colaboración de muchos científicos que estuvieron a bordo de las distintas embarcaciones que cazaron ballenas por décadas.
Algunos trabajadores de las flotas incluso llevaron un registro clandestino, preocupados por la extinción de las ballenas y silenciados por una política opresiva.
Los peligros para los cetáceos en el presente
En la actualidad, muchos de los ejemplares que estuvieron cerca de desaparecer se encuentran nuevamente en crecimiento. Sin embargo, la cacería del siglo XX fue tal que varias aún continúan en peligro de extinción.
La caza comercial es un flagelo que se mantiene presente en países como Japón, Noruega e Islandia. La acción del ser humano también afecta a estos mamíferos marinos causando distintos tipos de contaminaciones e impulsando el aumento del calentamiento global.
Conocer la historia de la persecución irracional que padecieron las ballenas es más que una curiosidad: ayuda a tomar conciencia de la importancia de la conservación y a trabajar en políticas que impliquen un compromiso internacional.
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Martín Prieto comenzó su carrera en Greenpeace Argentina como Director Ejecutivo. Logró importantes avances como la sanción de la Ley de Promoción de la Energía Eólica y la Ley de Protección del Bosque Nativo. En 2012, asumió como Director Ejecutivo de Greenpeace Andino, liderando las oficinas de Argentina, Chile y Colombia hasta 2018.
En 2006, Prieto fue designado Líder de la Campaña de Ballenas por Greenpeace International, destacándose en el bloqueo de los intentos de Japón de retomar la caza comercial de ballenas junto a la Comisión Ballenera Internacional. Además, ha sido asesor de Greenpeace International, Greenpeace Mediterráneo, Greenpeace India y Greenpeace Rusia.